En la Figura 1 podemos ver cómo la producción de aceite está muy condicionada por las disponibilidades de agua, de tal forma que, a mayor disponibilidad de agua, mayor producción, y que la producción se reduce cuando el agua disponible es menor. Entendiendo como disponibilidades hídricas toda el agua que puede llegar al olivo e indistintamente, ya sea procedente de la lluvia o de agua de riego.
Por tanto, el olivo no es un cultivo exclusivo del secano y sí que es capaz de producir mucho más si se dan las condiciones hídricas que requiere.
Esta respuesta es válida tanto para aportaciones pequeñas de agua cuando el olivo es un cultivo de secano (Figura 1), como cuando se realizan aportaciones en plantaciones semiintensivas con dotaciones hídricas mucho más elevadas (Figura 2), o cuando lo conjuntamos todo, tal y como queda evidente en la Figura 3.
Las técnicas de cultivo del olivo en secano han estado siempre orientadas a que la demanda de agua de una plantación no sea muy superior a las disponibilidades reales (normalmente del agua de lluvia). Por eso se encuentran en los secanos árboles a densidades de plantación muy bajas (de 100 a 130 olivos por ha) y reduciendo al máximo su volumen de copa mediante podas severas. Así, con árboles pequeños y pocos árboles por ha, la demanda de agua es mucho más pequeña y se podía ajustar a los aportes naturales.
Evidentemente, en estas condiciones las producciones eran reducidas (entre 1.500 y 2.500 kg de aceituna por ha, lo que equivaldría a unas producciones de aceite de 300 a 500 litros por ha).
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